miércoles, 8 de julio de 2009

El niño que nunca dormía la siesta




Se sentía el ser más afortunado del mundo. Con un poco de suerte, y de imaginación, podía llegar a lugares nunca vistos, de insondable profundidad y con escenarios oníricos con diversos y llamativos colores como ornamento. No había lugar para la distorisión y otras pesadillas, sólo un mundo construido con la creatividad que aguardaba entre los recovecos de una originalidad innata.

Leía cientos de fábulas, y tras hacerlo, se convertía en el arquitecto de un mundo dirigido. Cerraba sus ojos, o los dejaba semiabiertos en su defecto, y como por arte de magia en su mente se proyectaba la mejor película de la historia cada día, justo cuando sus padres dormían la siesta, y las cortinas bailaban con la brisa un vals improvisado, que levemente se colaba por la sala y refrescaba las tardes de aquel suave verano.

Y cuando todo acababa, despertaba con una tranquila sonrisa como mueca, a sabiendas de que en su mundo sólo él podía entrar y salir cuando lo deseara, en el que los tiempos los marcaba siempre con un reloj arritmico, donde los árboles se caían de las hojas o los niños más ricos no viajaban en triciclo, desgraciados ellos que lo hacían en limusina y usaban un peinado sin remolinos...

Reía. Y volteándose en el sofá para mirar al cielo, introdujo su mano en el bolsillo, del que sacó tres piedras de extraños pigmentos. Sus tres piedras mágicas de la imaginación, decía... Y mientras la brisa seguía pidiendo permiso a las cortinas para dar alivio a un calor no demasiado estridente.

2 comentarios:

  1. Intuyo que, además del niño de tu historia, por aquí hay alguien más que tampoco duerme siesta...

    He regresado, con aire nuevo, visitaba antiguas casas amigas y he descubierto que tú también te has mudado.

    Volveré por aquí.
    Saludos

    ResponderEliminar
  2. Yo fui niño de remolinos, de todo tipo, en la cabeza y en el alma. Viajero incansable que marchaba a lugares inaccesibles para muchos, a los que llegaba sin moverme del sillón, ni alejarme del brasero en las tardes de invierno, o del suelo de la terraza mientras el sol del verano me daba en la cara. Recuerdo aventurarme a lugares increibles para encontrar tesoros que casi nunca se parecían a lo que los demás solían buscar. La mayoría de viajes me llevaban a lugares que solo existirían bajo alguno de mis remolinos. Lugares imposibles de enmarcar con fronteras geográficas, políticas, sociales… ¿racionales?
    Pasar por aqui hoy, me ha hecho viajar de nuevo a ese anden desde el que partía hacia otros mundos y me ha permitido traer al presente momentos, sentimientos y sensaciones, que me han puesto en la cara una sonrisa que se mantendrá ahí días y noches enteros, como uno de esos tesoros que solía buscar. Gracias a algunas de tus letras, seguiré algún que otro rato mas soñando despierto, mientras muchos otros duermen sin soñar… despiertos o dormidos.
    Hoy he cambiado mis libros y oníricas maletas por las palabras de un gato azabache… ya ves… sigue habiendo algo maravillosamente mágico e ilógico en este mundo que se presta a ser reinventado, por unos pocos seres afortunados, a la hora de la siesta…
    Este tipejo de casi treinta años y el otro que aun llevo dentro, con unos veinte menos, te damos las gracias por hacernos sonreír , recordar, viajar…
    Un abrazo

    ResponderEliminar