
El pequeño Darío se movía entre los últimos coletazos de la niñez y la inverosimilitud manifiesta de las primeras tribulaciones de la adolescencia. Cada día caminaba descalzo desde los suburbios de Dhaka hasta el preciso centro de la caótica capital. En sus manos, patrimonio de las grietas y la suciedad, portaba guitas entrelazadas que sujetaban las balas de yute que apoyaban en su apenas espalda...
La humedad calaba hasta la ubicación misma de los orígenes del sentir, y en esa tesitura, el niño detuvo su caminata en la barriada donde era cosumbre. Observó a corta distancia los muros del colegio. Le dominaba tal curiosidad que en un acto reflejo se plantó sobre una de las ventanas, mirando detenidamente hacia el interior.
Disciplinados pequeños miraban ensimismados al profesor, que con dedicación explicaba las interesantes maniobras de Esrhad hasta llegar al poder, o su convicción de un progreso estructurado en torno a fórmulas matemáticas, estudio de atlas o lecturas de clásicos. Darío cayó en el misticismo creado por un ambiente de voluntades dispuestas a empaparse de ese saber que es menos doloroso que las livianas pero estridentes heridas provocadas por la fricción del contrapeso del transporte de corcho.
Sin embargo, ese instante de evasión duró hasta que el enseñante se acercó a cerrar la ventana, produciédose un cambio repentino en la percepción de Darío, ya que aquel admirado maestro por momentos, tomó categoría de prestidigitador temporal de almas a su antojo...
La humedad calaba hasta la ubicación misma de los orígenes del sentir, y en esa tesitura, el niño detuvo su caminata en la barriada donde era cosumbre. Observó a corta distancia los muros del colegio. Le dominaba tal curiosidad que en un acto reflejo se plantó sobre una de las ventanas, mirando detenidamente hacia el interior.
Disciplinados pequeños miraban ensimismados al profesor, que con dedicación explicaba las interesantes maniobras de Esrhad hasta llegar al poder, o su convicción de un progreso estructurado en torno a fórmulas matemáticas, estudio de atlas o lecturas de clásicos. Darío cayó en el misticismo creado por un ambiente de voluntades dispuestas a empaparse de ese saber que es menos doloroso que las livianas pero estridentes heridas provocadas por la fricción del contrapeso del transporte de corcho.
Sin embargo, ese instante de evasión duró hasta que el enseñante se acercó a cerrar la ventana, produciédose un cambio repentino en la percepción de Darío, ya que aquel admirado maestro por momentos, tomó categoría de prestidigitador temporal de almas a su antojo...
Terminado su descanso, el porte le esperaba donde lo había dejado, y mirando hacia atrás, pidió un deseo. No por él, la experiencia le enseñó a no ser egoísta, sino por la inocencia de aquellos que, dentro de las aulas, creían que en su mundo, aún se podía soñar...
que honor...voy a estrenar tu nuevo espacio! se bienvenido en estos lugares también.....donde podremos compartir historias, pensamientos y otras diatribas....
ResponderEliminarun beso fuerte.